Las revoluciones no son simples cambios. No pueden ser
identificadas simplemente con la transformación de una forma de gobierno a
otra. Un aspecto de las revoluciones modernas, es la cuestión social. Para
Arendt, una de las grandes confusiones por las cuales se le ha otorgado
demasiada importancia histórica a la revolución francesa es la equiparación
entre liberación y libertad.
La libertad, su ejercicio real, no su proclamación
demagógica ni su formulación normativa, es conciencia y afirmación de la persona,
y condición del proceso de formalización en que el hombre supera su estado
originario subordinada a las invencibles necesidades de su animalidad.
La libertad no es un objeto; no es algo constituido y
dado, preexistentes a sus sujetos, ni condición nativa de sus titulares, porque
es el hombre, al hacerse persona y salir de ese estado natural, el que a sí
mismo se hace libre, dueño de sí, capaz de disponer de sí. Y, porque la
libertad no es cosa externa al hombre, que este pueda observar o apreciar como objeto
de conocimiento, es algo que se vive, es una vivencia nuestra.
Ahora, si bien la “liberación” como medio de emancipación
tiene un merito político, ésta no debe ser el fin último de la revolución. Con
la idea de liberación Arendt se refiere al rompimiento con las ataduras
provenientes de la necesidad, tales como las ataduras biológicas o materiales,
así como con las ataduras provenientes de la obediencia por resguardo de la
propia vida o liberación de la opresión.
El fin de la
revolución es el establecimiento de la libertad. No hay nada más inútil que la
rebelión y la liberación, cuando no van seguidas de la constitución de la
libertad recién conquistada. Los americanos proclamaron la necesidad de
gobiernos civilizados para toda la humanidad. La versión francesa de la
declaración de derechos, por el contrario, proclama la existencia de derechos
con independencia y al margen del cuerpo político y llega a identificar estos
pretendidos derechos, los derechos del hombre con los derechos del ciudadano. Todo
hombre en virtud de su nacimiento, se convertí en titular de ciertos derechos.
Es evidente que el auténtico objetivo de la Constitución
americana no era limitar el poder, sino crear más poder, a fin de establecer un
centro de poder completamente nuevo.
Desde una perspectiva histórica, la diferencia más
notoria y decisiva entre las revoluciones francesa y americana es que la
herencia histórica de la Revolución americana era la monarquía limitada, en
tanto que la de la francesa era un absolutismo. Es natural que una revolución
esté predeterminada por el tipo de gobierno que viene a derrocar.
La Revolución francesa fue empujada por la urgencia del sufrimiento del
pueblo; fue determinada por una exigencia de liberación no de la tiranía sino
de la necesidad, y fue realizada en la ilimitada inmensidad de la miseria del
pueblo y de la piedad que esta miseria inspiraba. El monarca absoluto en
Francia, representaba algo más que la vida potencialmente perpetua de la
nación, encarnaba también sobre la tierra un origen divino en el que coincidían
Derecho y poder. Se suponía que el rey representaba la voluntad de dios en la
tierra, la suya era fuente del poder y del derecho y era este origen común el
que hacía al derecho poderoso y al poder legítimo. Por ello cuando los hombres
de la revolución francesa pusieron al pueblo en lugar del rey, les pareció
natural ver en el pueblo no sólo, como en la revolución americana, la fuente y
el asiento de todo poder, sino también el origen de todas las leyes.
En cambio, la Revolución americana se produjo en un país
que no conocía la pobreza de las masas y en un pueblo que tenía amplia
experiencia de gobierno autónomo. Los redactores de las constituciones
americanas aunque sabían que tenían que establecer una nueva fuente de derecho
y proyectar un nuevo sistema de poder, no hicieron derivar derecho y poder de
un origen común. Para ellos el asiento del poder se encontraba en el pueblo,
pero la fuente del Derecho iba a ser la Constitución, un documento
escrito, objetivo y duradero.
Los hombres de la revolución francesa, al no distinguir entre violencia y
poder, abrieron la esfera política a esta fuerza natural y prepolítica de la
multitud y fueron barridos por ella.
Los de la revolución americana, por el contrario,
entendieron por poder el polo opuesto a la violencia. Para ellos el poder
surgía cuando y donde los hombres actuaban en común acuerdo y se ligaban
mediante promesas, pacto y compromisos mutuos. Sin embargo, esto no bastaba
para establecer una unión perpetua, para fundar una nueva autoridad y alcanzar
la perpetuidad. para Arendt, los norteamericanos fundaron políticamente el
espacio público en el cual se ejercita la libre actividad de los ciudadanos,
del pluralismo.
Cuando los hombres de la revolución pensaban que la
revolución tenía como objetivo la libertad y que el nacimiento de ésta suponía
el origen de una historia nueva, no pensaban en aquellas libertades que hoy
asociamos al gobierno constitucional, los derechos civiles. Si la revolución
hubiese tenido como objetivo sólo la garantía de derechos civiles, entonces no
hubiera apuntado a la libertad sino a la liberación. La dificultad reside en
que la revolución, según la conocemos en la edad moderna, siempre ha estado
preocupada a la vez por la liberación y por la libertad. Pero mientras el deseo
de ser libre de la opresión, podía haberse realizado bajo un gobierno
monárquico, la libertad exigía la constitución de una nueva forma de gobierno,
exigía la constitución de una república.
Concluyendo, la revolución para ser tal no debe apoyarse
en la necesidad, so pena de transformarse en una nueva forma de despotismo que
es la antecámara del totalitarismo, sino que debe pensar exclusivamente en la
libertad tal como ocurrió en Norteamérica. De hecho, según Arendt, solamente la
norteamericana puede con justo derecho ser definida como revolución.
No hay comentarios:
Publicar un comentario